domingo, 29 de octubre de 2017

La muerte en el agua

Faltaba una semana para que comenzara la primavera, era de madrugada cuando tres muchachitos que volvían de bailar llegaron hasta la remisería del barrio buscando un coche. La persiana estaba baja, la costumbre era golpearla para que salieran a atender. Fue entonces cuando llegó un patrullero y los vio. Jóvenes, morochos y en la madrugada, para los policías se convirtieron automáticamente en sospechosos. Bajaron a interrogarlos y, ante el primer intento de resistencia real o imaginaria, comenzaron a golpearlos. Los vecinos vieron como los maltrataban, también vieron llegar otros dos patrulleros, vieron que nuevos agentes se sumaban al apaleamiento.
Después del “ablande” inicial cargaron a los jovencitos en los coches y se dirigieron hacia el Riachuelo. Eran una docena de policías rodeando a unos chicos muy asustados. El menor de ellos tenía 14 años, el mayor había cumplido 19. Les dijeron que iban a enseñarles a no andar golpeando persianas, les apuntaron con sus armas y los llevaron hasta la orilla. Allí les ordenaron que se tiraran al agua, que si sabían nadar, nadaran. Dos de ellos tuvieron más miedo de las armas que de las aguas oscuras y malolientes, alguna vez habían nadado, decidieron saltar. El tercero gritó que no sabía nadar, que iba a ahogarse si se tiraba, que le perdonaran la vida. Lo empujaron.
Los dos primeros consiguieron mantenerse a flote, torpemente bracearon hasta la orilla, temblando de frío y de miedo salieron del agua. No se veía a los policías, tampoco a Ezequiel, el que había sido empujado por el oficial de la Federal. Familiares y vecinos se movilizaron para buscar al chico y hacer la denuncia, en este caso fueron escuchados sin chocar con una muralla de encubrimientos. A pesar de eso los dos que habían sobrevivido fueron hostigados por amigos de los agentes de la Comisaría 34.
Durante una larga semana Ezequiel Demonty permaneció desaparecido, lo habían empujado al agua a la altura del Puente Uriburu, la búsqueda se hizo desde Puente de la Noria hacia abajo. Buzos de la Prefectura y bomberos de la zona participaron, algún testigo de esos que nunca faltan dijo haberlo visto saliendo del Riachuelo del lado de provincia. Finalmente el cuerpo salió a flote cerca del puente Victorino de la Plaza; el jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra había reclamado que no hubiese impunidad ni protección para los responsables del crimen; en términos similares se expresó Juan José Álvarez, el Ministro de Justicia de la Nación.
Todo esto ocurrió hace quince años, entre el 13 y el 21 de septiembre de 2002, todavía se pueden leer las noticias en las páginas digitales de Clarín, La Nación y Página12. No hubo entonces una ministra que dijera “Tenemos que cuidar a los que nos cuidan”, el contexto político no le era favorable, el gobierno que la contó entre sus integrantes se había derrumbado meses atrás dejando un reguero de muertos en las calles. No hubo una voluminosa diputada haciendo comparaciones macabras sobre el cadáver del muchacho y el de Walt Disney. No hubo un barbado showman televisivo mostrando pueblos donde los habitantes se parecían todos a Ezequiel.
Los compañeros de escuela del joven asesinado propusieron que se cambiara el nombre del Puente Uriburu por el de Ezequiel Demonty simbolizando en él a todas las víctimas de los excesos represivos. La iniciativa fue aprobada en el Congreso hace dos años, algo impensable con el gobierno macrista.
Los principales responsables del crimen, los policías Gastón Javier Somohano, Alfredo Ricardo Fornasari y Gabriel Alejandro Barrionuevo, fueron condenados a prisión perpetua. Otros uniformados, Luis Emilio Funes y Luis Antonio Gutiérrez, recibieron condenas menores.

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