viernes, 20 de octubre de 2017

1957, la huelga grande de los Telefónicos (XVII)

El reclamo salarial de 1956 (V)

Al finalizar agosto la situación tuvo un vuelco inesperado. El Tribunal arbitral era un organismo que funcionaba en el ámbito del Ministerio de Trabajo, se suponía que actuaba con independencia de los intereses de obreros y patrones, y se esperaba que su juicio fuera ecuánime. El presidente del tribunal era el Doctor Juan Carlos Palacios, y tanto él como los abogados del ministerio que lo acompañaban en la gestión habían mostrado una imparcialidad asombrosa. Un día en que Mazzitelli y Vázquez fueron al Ministerio para averiguar en qué estado se encontraba el trámite, vieron pasar a varios funcionarios: el ministro de comunicaciones, Ramón Casanova, el gerente general de la empresa, Miguel Mujica y el director de personal, Adolfo Otero.

“Ahí había muchas mamparas, y nosotros estábamos en un lugar medio oscuro. Después, los propios abogados del tribunal nos dijeron que los representantes de la patronal habían ido a presionarlos para que laudaran contra nosotros”.

La versión parece bastante verosímil, porque los integrantes del Tribunal renunciaron en bloque para no ceder a la presión. Ya estaban cumplidos los plazos, el laudo tenía que salir de alguna manera, y un tribunal sustituto presidido por el doctor Juan Domingo Liberato fue nombrado de urgencia. Martelli, el subsecretario de trabajo, llamó a Mazzitelli y Vázquez, y les dijo: “muchachos, ustedes tienen razón, pero las cosas no van a poder ser como ustedes quieren”. El asombro y la indignación de ambos no tenía límites. Mazzitelli completó el relato diciéndome:

“Yo ya no quería volver más al ministerio, pero del gremio nos mandaron de nuevo; y hubo un laudo de lo más ambiguo y contradictorio. Por un lado nos daban la razón a nosotros, pero en otro artículo favorecían a la empresa”.

Probablemente lo que Mazzitelli definía como aspecto favorable del laudo era la decisión ministerial de no aceptar la modificación de la jornada laboral. Tampoco autorizaba a la Empresa para que siguiera haciendo ofrecimientos individuales de mejores remuneraciones a cambio de mayor tiempo de trabajo. Pero allí se terminaban los aspectos positivos, porque al entrar en el tema salarial el laudo echaba por tierra todas las expectativas de los trabajadores. Desde un principio dos números habían estado dando vueltas en la negociación: por un lado los 1.400 que los trabajadores pedían como sueldo básico inicial, y por otro los 1.120 fijados por la política oficial. Algún trascendido del primer tribunal había hecho albergar la esperanza de que el dictamen se aproximara a las pretensiones de los telefónicos, pero el segundo tribunal se ciñó al libreto gubernamental.
Sin embargo las controversias no terminaron allí. La renuncia del primer tribunal y su remplazo por el segundo produjo una demora de casi una semana en la emisión del laudo. La resolución que se dio a conocer, si bien era regresiva con respecto a la que se esperaba del tribunal renunciante, arrastraba algunas desprolijidades que daban lugar a dobles interpretaciones, y la empresa reclamó que se aclarara la cuestión. Esa aclaración se produjo dos semanas más tarde, y como era de esperar desfavorecía aún más a los trabajadores. Si ya existía malestar por el laudo del 7 de septiembre, la indignación creció mucho más cuando se conoció la segunda versión conseguida por la empresa. El gremio aclaró que no había pedido al tribunal que hiciera ninguna reinterpretación, que la nueva resolución implicaba disminuciones importantes en algunos cuadros, que la pública difusión de las modificaciones buscaba crear malestar y división entre los trabajadores, y que, en consecuencia, rechazaba los cambios difundidos por el Ministerio y la Empresa.
La arbitrariedad gubernamental-patronal venía estirándose desde principios del año, y ahora se sumaba un nuevo atropello a los intereses de los trabajadores. El reclamo de los telefónicos fue desoído durante semanas, en la seccional Buenos aires ya había asumido la conducción surgida de las elecciones normalizadoras y de inmediato se organizaron medidas de fuerza. Los paros fueron respaldados tanto por la mayoría como por la minoría de la nueva dirección sindical, y se conformó un Comité de huelga en el que además de participar los militantes de las lisas Verde y Roja también dio cabida a los miembros de la Lista Azul.
La represión no se hizo esperar, a las amenazas patronales siguieron algunas detenciones, en el caso particular de Pedro Valente, el Secretario General, “lo fueron a buscar a su casa un domingo por la mañana, de allí lo llevaron a Tribunales y luego a Villa Devoto”. En el heterogéneo Comité de huelga se produjeron discusiones, las desconfianzas generaron acusaciones cruzadas, y finalmente el plenario de delegados resolvió levantar las medidas de fuerza.
Como consecuencia de tantos manoseos, entre los trabajadores telefónicos creció un enorme descontento que se manifestaría con toda intensidad en la huelga de 1957.

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