domingo, 22 de octubre de 2017

Imágenes

Un cadáver

El secuestro de la señora María Esther Gianotti de Molfino se produjo en Lima el 12 de junio de 1980; seis días después, en compañía de dos hombres “de inconfundible acento argentino” llegó por la mañana hasta un departamento en la calle del Tutor en Madrid. El lugar fue alquilado por uno de sus acompañantes presentando un documento a nombre de Julio César Ramírez. En la tarde los dos hombres abandonaron el departamento y le dijeron al conserje que no molestaran a la señora porque estaba descansando tras el largo viaje.
Pasaron tres días sin que los hombres regresaran y sin que la mujer saliera del departamento; desde la conserjería llamaron a la policía preocupados por el olor nauseabundo que salía del interior. Al forzar la puerta los agentes se encontraron con el cadáver de la señora de Molfino; estaba en la cama bajo una pila de frazadas, y para acelerar su descomposición se había dejado encendida la calefacción.
El cuerpo no presentaba signos de violencia, la autopsia no encontró rastros de la substancia que se habría usado para asesinarla. La operación de los servicios de la dictadura fue un éxito. La señora de Molfino estaba ligada a las Madres de Plaza de Mayo, se encontraba exiliada en Perú y allí fue secuestrada junto a otros cuatro argentinos que hasta hoy siguen desaparecidos. Uno de ellos era Julio César Ramírez, su documento fue el que se usó para alquilar el departamento en Madrid. ¿Cómo se la trasladó desde Perú hasta España? ¿Cómo se la obligó a acompañar a sus asesinos sin ofrecer resistencia y sin pedir auxilio? ¿Cómo la mataron? Éstas y muchas otras preguntas permanecen sin respuestas hasta hoy.
Pero más allá de la escalofriante eficiencia criminal, lo que hay que reconocer es la habilidad para generar un impacto político que desconcertó a los opositores a la dictadura. Por unas semanas los propagandistas del régimen pudieron decir que los desaparecidos no eran tales, que se paseaban libremente por Europa alquilando departamentos, que la “campaña antiargentina” era una gran mentira. Tal vez alguno de esos servicios todavía permanezca en actividad asesorando a funcionarios y periodistas.

Destructores

Durante casi cuatro años Héctor J. Cámpora permaneció asilado en la embajada de México en Buenos Aires. Poco después del golpe de estado que instaló a la última dictadura consiguió ingresar al edificio diplomático. El gobierno mexicano le concedió el asilo, comenzaron las negociaciones para tratar de obtener el salvoconducto que le permitiría salir del país. La Junta militar le negó sistemáticamente el permiso, si intentaba salir sería inmediatamente detenido.
Se sabía que tenía cáncer, una buena asistencia médica tal vez podría curarlo o al menos aliviar su situación. Pedirle humanitarismo a la dictadura era absurdo, tratar de obtener apoyo caritativo por parte de la iglesia ligada al régimen no parecía viable. Su salud se fue deteriorando, las gestionas en su favor chocaban con la intransigencia dictatorial. Un sobrino suyo, Mario Alberto Cámpora, decidió pedir la mediación de la embajada norteamericana; en un cable desclasificado el embajador de entonces, Raúl Castro, recomendó rechazar la gestión porque el ex presidente era “un símbolo mayúsculo de corrupción y de servilismo ante los elementos subversivos”.
Recién cuando su dolencia entró en estado terminal se lo autorizó a abandonar el encierro. A fines de noviembre de 1979 pudo viajar a México donde falleció al año siguiente. En la actualidad hay funcionarios gubernamentales que siguen el ejemplo dictatorial, la cárcel o la amenaza de cárcel sigue usándose para tratar de quebrar voluntades y conductas dignas.

Celebración

El mandamás jujeño celebró su primer año de gobierno con el suicidio en la cárcel de un preso que se negó a testimoniar contra Milagro Sala. Curiosa forma de celebración la de Gerardo Morales, tal vez imagine que en su segundo aniversario sean dos los suicidas. Está haciendo lo posible para que eso ocurra, Mirta Guerrero intentó ahorcarse con una toalla y Milagro Sala se tajeó los brazos con un vidrio.
Ya hay quienes lo miran con una mezcla de asombro y envidia.

Victoria

Galtieri salió al balcón de la Casa Rosada embriagado de alcohol y de gloria; una multitud lo vitoreaba y un lugarteniente le decía: “disfrute, jefe”. Un par de días antes otros manifestantes habían sido apaleados por orden suya, un dirigente obrero había sido muerto a poca distancia de esa Plaza. El dictador estaba en éxtasis, se sentía como héroe máximo de la historia, nada ni nadie podría desplazarlo del lugar que tan bien se había ganado. Unas semanas más tarde otra multitud lo cubría de insultos, la derrota sufrida en la guerra le mostraba la otra cara de la fortuna.
No fue la primera ni la última vez que un inútil con veleidades de genio fue repudiado por el pueblo; lo malo es que en esa caída millares de inocentes fueron víctimas inconscientes de esas fantasías. Otro inútil que bailoteó en el mismo balcón que Galtieri debiera tenerlo en cuenta, pero más que él debería recordarlo el pueblo que lo colocó allí.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario