sábado, 29 de agosto de 2020

Notas publicadas en el cuatrimestre Mayo-agosto

Recordando al TYSAE


El mayo argentino

1. Introducción

El 1º de mayo en Mataderos y en el interior del país

2. Del Noreste a Córdoba, pasando por Tucumán

La muerte se hace presente en Corrientes

3. El asesinato de Adolfo Bello

El Rosariazo

4. Rosario, zona de emergencia militar

Los Consejos de guerra.

5. Protestas en todo el país

6. La detención de Ongaro

Una fiesta patria muy particular

7. Tucumán y la protesta estudiantil

“Me gustan los estudiantes”

8. Extraños en la noche

“Salió la nueva ley”

9. El Cordobazo

10. La huelga general

El largo mayo del ‘69


Dos finales en junio

El bombardeo a Plaza de Mayo

Sobre vuelos y revuelos

Sobre vuelos y revuelos (2)


Sobre populismo y antipopulistas

1. Introducción

Las malas palabras

2. El peligro populista

3. El discurso antipopulista

4. La manipulación

5. Cuál es el problema

6. Haya de la Torre

7. La manipulación de la opinión pública

8. El verdadero problema

9. Fragmentos


Reencuentro

Cristina, Fidel y la deuda

Encuentro en La Habana

La gracia de Evita

En el bicentenario de Engels


Los caníbales

1. Introducción

Los caníbales de Maarat

2. Los caníbales llegan a América

3. La construcción del caníbal americano

4. Los caníbales hablan de los caníbales

5. El continente canibalizado


Grimal y Pedraza: historias divergentes

La huelga de los Telefónicos en 1957

jueves, 27 de agosto de 2020

La huelga de los Telefónicos en 1957

 Este 27 de agosto se cumple un nuevo aniversario del comienzo del conflicto más importante en la historia del gremio telefónico. Cuando yo ingresé a la Empresa Nacional de Telecomunicaciones en 1960 escuchaba a los “viejos” hablar sobre la huelga del ’57 como si se refiriesen a una verdadera epopeya. Tal vez mi apreciación estuviese magnificada porque era un menor de edad sin experiencia sindical, pero todos parecían haber participado de aquel conflicto y conservar un recuerdo muy vivo. Nadie criticaba esa lucha, decir “yo hice la huelga” parecía como dar un santo y seña de pertenencia. No era extraño que esa reivindicación se hiciera entre los trabajadores de Plantel (los que podríamos considerar los sectores más proletarios y combativos), pero también escuché la misma afirmación en boca de operadoras de Tráfico y de empleados administrativos, entre trabajadores de Comercial, Abastecimiento, Personal, Escuela técnica, Ingeniería, etc.

La huelga que los trabajadores telefónicos llevaron adelante durante el año 1957 fue una de las medidas de fuerza más importante contra la política económica y social de la dictadura encabezada por el general Aramburu. El conflicto comenzó el martes 27 de agosto, reclamando aumento de sueldo y el levantamiento de sanciones a unos 400 trabajadores cesanteados, trasladados, retrogradados o suspendidos por razones políticas. La reclamación se inició con paros de una hora por turno en todas las dependencias telefónicas del país, y fue incrementándose en su extensión horaria a medida que pasaron los días. Con breves interrupciones para negociar y posteriores reinicios de las medidas, esta parte del enfrentamiento se extendió hasta el 17 de septiembre. Pero el endurecimiento de la posición gubernamental, las masivas detenciones de trabajadores telefónicos y la ilegalización de la organización sindical determinaron que se declarara la huelga a partir del día 18 de septiembre.

De los 72 días que duró aquel conflicto más de 50 fueron de huelga. La medida tuvo alcance nacional, abarcó a todas las seccionales y delegaciones que por entonces conformaban la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos, contó con la adhesión solidaria de las distintas organizaciones sindicales que constituían el movimiento obrero argentino, y consiguió que una delegación conjunta de los dos agrupamientos en que acababa de dividirse el Congreso de la CGT -Las 62 Organizaciones y los 32 Gremios Democráticos- entrevistara al general Aramburu reclamando una solución para los trabajadores telefónicos.

Sin embargo la historiografía del movimiento obrero ha sido avara con ese conflicto. A pesar de su incuestionable importancia las referencias a la Huelga del ’57 son prácticamente inexistentes. Esto siempre llamó mi atención, supuse que el silencio no tenía que ver con el resultado de esa lucha. Mi impresión era que la huelga telefónica de 1957 fue condenada al ostracismo porque no había interesados en reivindicarla. Su conducción no había sido peronista, y la historiografía de los “resistentes” no tenía un lugar para ella. Aquella conducción de FOETRA tampoco era visceralmente antiperonista, por eso los “sindicalistas democráticos” no se molestaron en incorporarla al Panteón del movimiento obrero.

Me parecía que los telefónicos teníamos una deuda con quienes habían desarrollado aquella lucha, y a mediados de los ‘80 empecé a trabajar en la recopilación de testimonios y documentos. Para entonces habían pasado casi 30 años y algunos de los participantes ya no estaban, otros, como Pedro Valente, tenían la salud muy deteriorada y les resultaba difícil hablar. A pesar de eso pude entrevistarme con varios de los protagonistas: Diego Pérez, Pascual Masitelli, Héctor Mango, Raúl Aragón, Juan Carlos Picone, Manuel Gómez, Juan Carlos Romero. Éste último puso a mi disposición su archivo personal que resultó una invalorable fuente de información.

Por entonces todavía existía la Biblioteca de ENTel, aunque su acerbo era fundamentalmente técnico y administrativo guardaba las Memorias empresarias y allí se podían rescatar datos del período. En el archivo de FOETRA pude acceder a las actas del Quinto y Sexto Congreso que tenían una particularidad muy especial; las anotaciones originales se habían tomado taquigráficamente, por eso las actas contenían una cantidad de datos totalmente infrecuentes. El Quinto Congreso de la Federación fue el de la normalización tras la intervención dictatorial, el Sexto Congreso fue el que decidió el comienzo del conflicto de 1957.

Mi trabajo fue totalmente unipersonal, no tenía obligación más que conmigo mismo y con la historia de los telefónicos. Tampoco contaba con ningún apoyo institucional, fue lo que clásicamente llamamos un trabajo a pulmón. Hago esta aclaración para que se entienda por qué tardé tantos años en completar la tarea. Después los borradores quedaron guardados esperando una oportunidad para darlos a conocer, podrían haberse perdido para siempre si hace tres años no hubiese decidido usar este blog para empezar a publicarlos.

Antecedentes del conflicto

Tras el golpe de estado de 1955 las organizaciones sindicales fueron intervenidas, en el caso de FOETRA el interventor fue un militar y el sindicato Buenos Aires tuvo un interventor civil. En marzo del año siguiente se designaron representantes sectoriales para preparar un anteproyecto de convenio, en muchos casos esos representantes fueron elegidos por los propios trabajadores. En abril de 1956 se presentó la propuesta de Convenio-escalafón, el proyecto fue cajoneado durante más de un mes hasta que la presión obrera obligó a que comenzara la negociación. Aunque el interventor en la Empresa y el interventor en el sindicato tenían el mismo origen –ambos habían sido designados por los golpistas- los que representaron a los trabajadores fueron presionados por éstos. La disputa creció en intensidad, llegaron a producirse medidas de fuerza, finalmente el Ministerio de Trabajo debió laudar entre las dos partes. Fue un proceso de enorme riqueza, no hubo linealidad entre representación empresaria, Ministerio e intervención sindical; incluso las diferencias de matices entre las intervenciones de FOETRA y del Sindicato abrieron espacios para que los trabajadores pudieran hacerse oír.

La arbitrariedad dictatorial podía parecer monolítica, pero generó un malestar que afloraría al año siguiente tras la llamada normalización sindical. Las elecciones escalonadas posibilitaron la designación de direcciones en los sindicatos, fueron comicios con proscripciones que prepararon el camino para el Congreso normalizador en FOETRA. Después volvería a replantearse el reclamo de aumento salarial, y ante la indiferencia empresaria se llamaría a un Congreso extraordinario.


El 8 de julio de 1957 el Secretariado Nacional de FOETRA se dirigió a la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, a la Compañía Argentina de Teléfonos y a Siemens Argentina solicitando un aumento de emergencia de $ 700 para todo el personal “teniendo en cuenta el incesante aumento del costo de vida, los bajos salarios percibidos y la congelación, por el término de un año, de los mismos”.

Ante las dilaciones y evasivas se decidió convocar a un Congreso extraordinario; fue ese sexto Congreso el que resolvió intimar a las empresas el 13 de agosto. La resolución Nº 8 expresaba que el decreto 824/57, y su reglamentario, el 825/57 del mes de enero, era una medida arbitraria del poder estatal que violaba el derecho de la clase trabajadora a tener un nivel de vida digno; que la pretensión de contener la inflación congelando por un año más los salarios era una medida capitalista, ya que no se congelaban los precios ni los gastos excesivos el propio Estado; por eso el Congreso resolvió desconocer los decretos congelatorios, continuar la lucha por un salario acorde al costo de vida y actuar en forma solidaria con el movimiento obrero para conseguir la derogación de esas disposiciones gubernamentales.

Otra resolución del mismo día, la Nº 12, emplazó a la ENTel y las empresas privadas para reincorporar a los casi 400 cesantes por razones políticas, y que se anularan las separaciones del cargo, los traslados y otras sanciones.

Al no haber respuestas el Secretariado Nacional remitió el siguiente telegrama a las empresas:

“Cumplido el plazo fijado por el sexto congreso intimamos a conceder aumento de emergencia y dar solución a la situación del personal sancionado arbitrariamente, antes de las 0 hora del día martes 27 de agosto. Comunicamos paros progresivos en hora inmediata al vencimiento del plazo señalado. Colaciónese”.

Así se llegó al comienzo del que sería el conflicto de mayor importancia en la historia del gremio telefónico.

martes, 25 de agosto de 2020

Los caníbales (5)

El continente canibalizado


En esta Isla del Sol, donde hace mil años atrás se inauguró el tiempo del sol, nacieron Manco Kapac y Mama Ocllo para fundar el Tahuantinsuyo. Por eso, esta isla es la isla fundadora del tiempo y de la historia de los hijos del sol. Pero llegó, luego, la oscuridad con los invasores extranjeros. Alentados por la codicia llegaron hasta nuestro continente Abya Yala para someter a las naciones indígenas. Fue el tiempo de la oscuridad, del dolor y de la tristeza, un tiempo que para los hijos del Willka fue del no tiempo”.

Evo Morales; Manifiesto de la Isla del Sol.

21 de diciembre de 2012, día del Solsticio de Verano,

inicio del tiempo del Pachakuti.


A medida que los europeos se desplazaban por el continente, los caníbales iban con ellos como una sombra. Porque al igual que las sombras dependían de quienes los proyectaban, de quienes los habían creado. En las islas antillanas y en el sur del Mar Caribe, en el istmo central o en el este donde crecía el palo Brasil, en tierras del Incario o entre tehuelches y mapuches, junto con los invasores aparecían los caníbales que ellos habían inventado. Los verdaderos caníbales, los herederos de los cruzados, imaginaban a sus sombras como insaciables devoradores de hombres. Los conquistadores eran prisioneros de sus propias fantasías, por eso con ellos, en lugar de llegar la luz de la razón llegaba el oscurantismo y la muerte.

Los caníbales que habían creado al desembarcar, además de ser una proyección de ellos mismos, eran su sustento, sin ellos no les era posible la existencia (34). Necesitaban esclavizarlos, extraerles todos los jugos vitales, y eso ocurría rápido, demasiado rápido. Los indígenas ya no eran enviados a Europa, había que emplearlos en el propio territorio para hacer las labores extractivas, para trabajar en los campos y en las minas, para construir las casas y las fortificaciones. Si de canibalismo hablamos, si podemos referirnos a un continente canibalizado, ese continente es el nuestro. Los invasores extranjeros de los que se habla en el Manifiesto de la Isla del Sol son los que produjeron el genocidio más grande de la historia de la humanidad.

Los historiadores discuten sobre el número de muertos, pero tal vez no se pueda numerarlos. Habría un muerto único multiplicándose por millones, uno sólo que iría de norte a sur y de este a oeste cubriendo todo el continente. Eso es el genocidio, una muerte única extendiéndose como una maldición o una enfermedad. Si los asesinados fueron más de 100 millones como dicen algunos, o si fueron menos de 40 millones como dicen otros, eso ya es estadística. Tal vez para contemplar tanto horror lo mejor sea hacerlo desde una monumental obra poético-musical. Taki Ongoy comienza describiendo el tiempo feliz de los pueblos originarios, cuando sus dioses velaban por ellos. “Pero ese tiempo acabó, desde que ellos llegaron con su odio pestilente y su nuevo dios y sus horrorosos perros cazadores, sus sanguinarios perros de guerra de ojos extrañamente amarillos, sus perros asesinos”. Y agrega:

“Nada quedó en pie, todo lo arrasaron, lo quemaron, lo aplastaron, lo torturaron, lo mataron. Cincuenta y seis millones de hermanos indios esperan desde su oscura muerte, desde su espantoso genocidio, que la pequeña luz que aún arde como ejemplo de lo que fueron algunas de las grandes culturas del mundo, se propague y arda en una llama enorme y alumbre por fin nuestra verdadera identidad, y de ser así que se sepa la verdad, la terrible verdad de cómo mataron y esclavizaron a un continente entero para saquear la plata y el oro y la tierra.” (35)

Aquel fue el canibalismo en su expresión más alta, una criminal voracidad volcada sobre todos los pueblos que habitaban estas tierras. Quienes tratan de cuantificar tanto horror sostienen que en el término de 130 años territorios enteros quedaron totalmente despoblados, y que en el conjunto del continente sus habitantes desaparecieron en un 95 por ciento. Era imposible pedir piedad a quienes sólo tenían interés en el enriquecimiento rápido, porque a la codicia desbocada no se le puede reclamar sensibilidad y tampoco racionalidad. Al saqueador colonial no le importó si la inhumana explotación de los indígenas provocaría que se quedara sin mano de obra esclava: nunca se esté seguro de que un explotador es capaz de razonar más allá de su lucro inmediato. Lo más probable es que sólo piense en apoderarse de cuanto tenga a mano, atento únicamente a que nadie se le adelante en la rapiña.

El esclavo local empezó a ser complementado rápidamente con el esclavo importado. África se transformó en el nuevo proveedor de mano de obra esclava, y así como antes se había canibalizado nuestro continente, empezó a hacerse lo mismo con el continente que estaba cruzando el Atlántico. Los portugueses que tenían intereses en uno y otro lado del océano fueron los primeros en organizar la cacería humana, pero holandeses, franceses e ingleses se sumarían al comercio con caníbal entusiasmo.

Se incentivaron las disensiones y enfrentamientos entre distintos pueblos. Provocar guerras se convirtió en un negocio brillante, por un lado servía para que los fabricantes de armas de fuego vendieran su novedosa producción a los bandos contendientes, y por otro lado se aseguraba una continua provisión de prisioneros para alimentar el comercio de esclavos. Antiguas diferencias fueron exacerbadas, la caza de hombres pronto pasó a ser el principal objetivo de los combates, la guerra entre pueblos del litoral marítimo y los del interior se volvió endémica.

“… A partir del Siglo XVI los reinos de Benín, Congo y Angola en Africa Occidental, tal como el Imperio Mutapa en Africa Oriental, se desmoronaron. (…) En los siglos XVII, XVIII y XIX, en las selvas del Golfo de Guinea y en el valle del río Zambeze se desarrollaron estados militares con base en el comercio de esclavos”. (36)

Si las guerras floridas centroamericanas existieron realmente, si los combates entre distintos pueblos de la “Francia antártica” se produjeron alguna vez, es seguro que no provocaron ni el número de prisioneros ni la cantidad de muerte y destrucción que resultaron de las guerras inducidas por los esclavistas europeos en Africa. El canibalismo atribuido a los habitantes de América parece un inocente juego de infantes frente al canibalismo social perpetrado por los colonialistas. En una memorable intervención en la Conferencia Mundial contra el Racismo celebrada en Durban en 2001, decía Fidel Castro:

“Lo real e irrebatible es que decenas de millones de africanos fueron capturados, vendidos como mercancía y enviados al otro lado del Atlántico para trabajar como esclavos, y que 70 millones de aborígenes indios murieron en el hemisferio occidental como consecuencia de la conquista y la colonización europeas”. (37)

En el holocausto americano fueron sacrificados indios y negros, pero también mulatos, mestizos, pardos y todo otro postergado y discriminado por el invasor colonial. No es raro que en todos ellos fuera tomando forma la idea del caníbal, pero de un caníbal distinto al de la fábula de los dominadores. Un par de ejemplos interesantes nos los proporciona Gabriel Cocimano:

“Según las tradiciones orales, "de la época colonial de la Villa Imperial de Potosí procede el cuento del k'arisiri (saca-manteca), un personaje con apariencia de fraile que deambulaba en las afueras de los caseríos, extrayendo la grasa de los indígenas errantes, para luego usarla en la elaboración de velas, ungüentos y curas maravillosas”. (…) Del mismo modo se narran las historias peruanas del pistaco -del quechua: pista, matador, personaje mítico conocido también como nakaq (el degollador), cuyo origen se remonta a la colonia- según las cuales los ladinos raptaban indios y extraían grasa de sus cuerpos, algunas veces para elaborar medicinas, otras para engrasar armas, trapiches azucareros o maquinarias”. (38)

Podrá decirse que se trataba de simples fantasías, creencias supersticiosas de individuos ingenuos, pero seguramente los sectores populares donde arraigaron estas leyendas tenían motivos muy sólidos para creer en ellas. Venían de una experiencia histórica en la que el caníbal no era un sanguinario aborigen americano o africano, sino el expoliador colonial. En el cuento del k'arisiri podemos imaginar la desconfianza del indígena hacia el fraile, ese religioso que estaba al lado del torturador y el verdugo, que predicaba “Tomad y comed, este es mi cuerpo”, al mismo tiempo que perseguía presuntos caníbales entre los indios. No parece casual que el saca-manteca tuviera el aspecto de un sacerdote, seguramente no serían muchos los religiosos que inspirasen confianza a los esclavizados y desposeídos, a los que habían sido privados de todo, y que podían perder su último recurso, su propio cuerpo a manos del mítico personaje. Esas creencias se prolongarían mucho más allá en el tiempo, perdurarían en la canción popular, como en un tema de autor anónimo recopilado por Atahualpa Yupanqui (39):


“si negro no se duerme,

Viene el diablo blanco

Y, zas, le come la patita…”


Volviendo al texto de Cocimano, “… el cuerpo aparece como objeto directo de la explotación, expuesto a ser sometido a canibalismo para obtener energía, sangre u órganos trasplantables”. Si hablamos de canibalismo, el robo de órganos no es un tema menor. En el imaginario de los pueblos americanos había quedado la convicción de que los opresores coloniales mutilaban el cuerpo de sus víctimas, mientras que ciertas leyendas urbanas contemporáneas hablan de secuestros en los que las víctimas sufren extracciones de órganos. En una investigación realizada por Scheper-Hughes en una comunidad de Pernambuco, se mostró que en las favelas y barrios pobres de la ciudad se difundieron rumores sobre robos de cuerpos.

“Según los pobladores de esa comunidad, el circuito de cambio de órganos va de los cuerpos de los jóvenes, los pobres y los hermosos a los de los viejos, los ricos y feos, y de los brasileños en el Sur a los norteamericanos, alemanes y japoneses del Norte". (40)

Entre las creencias del período colonial y las contemporáneas median casi tres siglos, pero tienen un denominador común: el cuerpo de la víctima pobre es canibalizado por el poderoso rico. Lo malo es que no se trata de una superstición ingenua, porque el robo de órganos es una realidad muy concreta en nuestros días. La profesora Nancy Scheper-Hughes, la investigadora mencionada por Cocimano, es cofundadora y directora de Organs Watch, el organismo que realizó el estudio de campo sobre los rumores de secuestro de cadáveres y robo de órganos en los barrios carenciados de Brasil a mediados de los años 80. En un trabajo más reciente, "Biopiratería y búsqueda global de órganos humanos", Scheper-Hughes señaló que "médicos estadounidenses o japoneses que trabajan para grandes hospitales del exterior secuestraron cuerpos" y de éstos extrajeron las partes que querían, especialmente ojos, riñones, corazones e hígados. (41)

Ciertamente los mitos y creencias populares no nacen en el vacío histórico ni desgajados de la realidad. Sin embargo para ciertos respetables integrantes del mundo académico la creencia en el k'arisiri o el pistaco será una superstición o fantasía de sectores populares ignorantes, mientras la creencia en el caníbal construido por la maquinaria colonial será aceptada como una verdad revelada. Tal vez la comparación con lo que peyorativamente se denomina leyenda urbana y el correlato con la realidad que mostramos más arriba ayude a iniciar un replanteo del tema.

Conclusión

Hay una línea de continuidad entre aquellos caníbales que avanzaban por los polvorientos caminos de medio oriente para ir a poner cerco a la ciudad siria de Maarat, y los que hoy se lanzan sobre poblaciones de todo el mundo para robarles sus recursos económicos, destruir sus sociedades y, a su modo, también devorar sus cuerpos. Conceptualmente son los mismos caníbales que perseguían brujas y hechiceros en la Europa medieval, los que cruzaron el Atlántico para invadir estas tierras, someter y exterminar a los pobladores originarios, los que arrancaron de África a millones de sus hijos para convertirlos en esclavos y esparcirlos por el mundo, los que se abalanzaron sobre Asia con voracidad colonialista. En cada momento crearon leyendas autojustificatorias, la de la misión evangelizadora, la de la marcha llevando la civilización, la de rescatar de la bestialidad y la antropofagia a los pueblos atrasados. En distintos períodos contaron con intelectuales y divulgadores que dieron forma a esos argumentos, los Ginés de Sepúlveda que defenderían el exterminio de los indígenas americanos, los Renan que aspiraban no a la igualdad sino a la dominación, los Kipling hablando de civilizar naciones tumultuosas y salvajes con poblaciones Mitad demonios y mitad niños.

La autoapología debía ser complementada con la denigración de las víctimas. Por eso las leyendas inventadas para referirse a los colonizados estuvieron cargadas con las mayores descalificaciones. Así las atrocidades, el saqueo y el exterminio pudieron realizarse a la luz del día, los poderosos se sentían justificados, y hasta los sometidos se resignaban por algo que parecía ser un dictamen inapelable. Los caníbales crearon a los caníbales, primero fue un equívoco, después fue oportunismo, al final pareció que habían existido desde siempre. La leyenda dejó de ser leyenda para cobrar vida, y así como en un principio los personajes irreales habían saltado de isla en isla, de éstas a tierra firme, y en ella marchar al lado de los conquistadores por todo el continente, después cruzaron los océanos y se replicaron en África, en Australia, en las islas del Pacífico.

Lo ficticio o excepcional fue tomado como realmente existente, lo ideal fue transpuesto al mundo material. Si hacía falta una confirmación de que la mentira mil veces reiterada puede convertirse en verdad, eso ocurrió con los caníbales surgidos de la imaginación colonial. El engendro adquirió una peligrosa consistencia, no porque efectivamente se materializara sino porque su existencia fue dada por cierta. Para romper con el encantamiento habría sido necesario reducir la ficción a su dimensión verdadera, pero para eso, al mismo tiempo que se libraba una heroica resistencia, hubiera sido necesario llevar adelante una batalla de ideas. Seguramente los caribes, los tupinambáes, los aztecas, los incas y tantos otros merecen una reivindicación histórica, que su indómita rebeldía frente al invasor no siga siendo manchada por la leyenda negra urdida por el colonialista.


Javier Nieva

Agosto de 2014


Notas

(34) En su monumental obra, “Caliban”, Fernández Retamar comenta que el personaje creado por Shakespeare para La tempestad es un esclavo salvaje y deforme presentado como un animal, al que se le ha robado la tierra, se lo ha esclavizado para vivir de su trabajo y, llegado el caso, exterminarlo. Pero, para esto último, habría que contar con un sustituto que realizara las duras faenas. Por eso “Próspero advierte a su hija Miranda que no podrían pasarse sin Caliban: «De él no podemos prescindir. Nos hace el fuego,/ Sale a buscarnos leña, y nos sirve/ A nuestro beneficio».” Fernández Retamar; “Caliban”, Op. cit. P. 26.

(35) Heredia, Víctor; Taki Ongoy, Relato introductorio leído por Jorge Fandermole, Argentina, 1986. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://www.youtube.com/watch?v=HzQ9-WMUpcU

(36) Barticevic Sapunar, Marco Antonio; “Historia de la esclavitud: América conquistada, Africa esclavizada”, p. 7, Tomado de Vetas Digital. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://vetasdigital.blogspot.com

(37) Discurso pronunciado por el Dr. Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en la Sesión Plenaria de la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, Durban, Sudáfrica, 1 de septiembre de 2001. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://www.un.org/WCAR/statements/0109cubaS.htm

(38) Cocimano, Gabriel; “El canibalismo como alegoría de la relación Occidente-Latinoamérica”, Op. cit.

(39) Durante mucho tiempo se atribuyó a Atahualpa Yupanqui la autoría de “Duerme negrito”, pero él aclararía que no le correspondía ese mérito, sino que había escuchado la canción cantada por una mujer de color en una imprecisa región de la frontera entre Colombia y Venezuela. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://coro-andorra.blogspot.com.ar/2010/03/historia-de-la-cancion-duerme-negrito.html

(40) Cocimano, Gabriel; “El canibalismo como alegoría de la relación Occidente-Latinoamérica”, Op. cit.

(41) Los modernos caníbales aparecen como ingeniosos empresarios comerciando órganos humanos de un punto a otro del globo obteniendo fabulosas ganancias. Organs Watch descubrió que huesos e injertos de piel fueron vendidos y procesados por firmas privadas de biotecnología en Estados Unidos; que en Sudáfrica, válvulas de corazón humanas fueron robadas de los cuerpos de negros pobres en depósitos de cadáveres de la policía y embarcados a centros médicos en Alemania y Austria.

Scheper-Hughes integró el panel sobre Ética, acceso y seguridad en trasplantes de tejidos y órganos en una reunión de la Organización Mundial de la Salud celebrada en 2003. Allí fue testigo de la defensa que hizo el funcionario de un banco privado de ojos para liberalizar la comercialización de tejidos desde los países pobres. Su objetivo era facilitar “la compraventa internacional de órganos que no son usados en su país de origen y que podrían ser transportados mediante acuerdos informales al mundo industrializado, donde existe gran demanda para cirugías ortopédicas y otras que requieren alta tecnología”.

El comercio ilegal de órganos para trasplantes, negocio multimillonario"; La Jornada, México, miércoles 3 de mayo de 2006. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://www.jornada.unam.mx/2006/05/03/index.php?section=ciencias&article=a02n1cie

La franqueza del empresario mencionado por Scheper-Hughes raya en el cinismo, pero en época más cercana el presidente de la farmacéutica Grifols, Víctor Grifols, instó a España a “espabilarse y a permitir pagar las donaciones de plasma (…) Grifols pagaría por las donaciones unos 70 euros semanales”, lo que sumado al subsidio por desempleo es "una forma de vivir".

Una farmacéutica plantea pagar 70 euros semanales a los parados que donen sangre”, Diario Público (versión digital), España, 17.4.2012. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://www.publico.es/espana/429868/una-farmaceutica-plantea-pagar-70-euros-semanales-a-los-parados-que-donen-sangre

Pero el caso más estremecedor es el de varios centenares de servios, gitanos y albaneses capturados entre 1998 y 1999 en Kosovo. Permanecieron presos en pequeños centros de detención hasta que aparecían clientes que necesitaban ser trasplantados. En ese momento eran asesinados y despojados de sus órganos. “Ese tráfico estaba conducido por el “grupo de Drenica”, un pequeño núcleo de combatientes del ELK agrupados alrededor de dos figuras clave: Hashim Thaçi, actual Primer Ministro de Kosovo, y Shaip Muja, entonces responsable de la brigada médica del ELK y actualmente asesor de Salud del mismo Hashim Thaçi”.

Dérens, Jean-Arnault; “Tráfico de órganos en Kosovo”, Periódico digital Rebelión, 23.1.2011. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=120883

viernes, 21 de agosto de 2020

Los caníbales (4)

 Los caníbales hablan de los caníbales

“…De la carne, la humana es entre ellos alimento común. Esta es cosa verdaderamente cierta, pues se ha visto al padre comerse a los hijos y a las mujeres, y yo he conocido a un hombre, con el cual he hablado, del que se decía que había comido más de 300 cuerpos humanos, y aún estuve 27 días en una cierta ciudad, donde vi en las casas la carne humana salada y colgada de las vigas, como entre nosotros se usa colgar el tocino y la carne de cerdo.

Américo Vespucio; "Mundus Novus",

Carta a Lorenzo di Pier Francesco de Médici.


Innumerables antropólogos de las más variadas escuelas sostienen que ha existido la antropofagia en distintos pueblos del mundo y en diferentes períodos históricos. Se habla de múltiples formas de antropofagia: familiar, ritual, alimenticia, etc. También hay un grupo minoritario de especialistas que niega la existencia de pruebas concluyentes sobre esa práctica, no sólo en la América precolombina sino en otros lugares.

“William Arens, en su libro The Man-Eating Myth, levanta un debate polémico al concluir que la antropofagia nunca existió ni en el Nuevo Mundo ni en África. Para este antropólogo los registros sobre el canibalismo no son confiables, porque surgen de rumores, sospechas y acusaciones de terceros, siendo difundidos como reales por personas que nunca vieron directamente a alguien comer carne humana y que no hablaron la lengua de los captores. Arens cuestiona que, en las fuentes existentes, falta una base empírica adecuada y un sustento etnográfico”. (27)

El nuestro no es un trabajo sobre antropología, aquí nos limitamos a discutir sobre la construcción de un concepto, de una leyenda negra con la que se estigmatizó a toda la población de un continente para justificar su explotación y su exterminio. Hemos venido mostrando cómo se creó el término a partir de un malentendido, cómo se calificó de caníbal a toda una etnia, cómo se inició la captura y comercialización de esos seres humanos, cómo se los llevó a Europa para venderlos como “mercancía exótica”, cómo se los destinó al trabajo esclavo en los asentamientos coloniales, cómo se fueron inventando caníbales en cada nuevo territorio que se ocupaba. Si la descripción de Muñoz Camargo sobre la existencia de carnicerías en las que se exponía carne humana puede parecer fantasiosa, hay que recordar que también Américo Vespucio planteó algo parecido, aunque con una retórica más elegante.

Así como antes se habían descubierto cinocéfalos en distintos puntos del oriente misterioso y salvaje, en el Nuevo Mundo, no menos misterioso y salvaje para los exploradores europeos, se encontraban devoradores de gente en cada recodo del camino. Las carnicerías con restos humanos eran situadas por Muñoz Camargo en Centroamérica, mientras que las casas con carne humana colgando de las vigas a la que se refiere Vespucio son ubicadas en una imprecisa ciudad costera de lo que hoy llamamos Brasil.

Si bien el relato vespuciano es impactante (“se ha visto al padre comerse a los hijos y a las mujeres”, y, “yo he conocido a un hombre, con el cual he hablado, del que se decía que había comido más de 300 cuerpos humanos”), no hay indicios de que a él hubiesen querido agredirlo. Incluso durante su primer viaje, cuando realizaba tareas de exploración para la corona española, había confraternizado con presuntos caníbales: “platicamos con ellos. Y encontramos que eran de una generación que se dicen «caníbales», y que casi la mayor parte de esta generación, o todos, viven de carne humana (…) No se comen entre ellos, (…) van a traer presa de las islas o tierras comarcanas, de una generación enemiga de ellos y de otra generación que no es la suya”. Y agregaba: “tratamos con ellos, y nos llevaron a una población suya, que se hallaba obra de dos leguas tierra adentro, y nos dieron colación, y cualquier cosa que se les pedía, a la hora la daban, creo más por miedo que por buena voluntad. Y después de haber estado con ellos un día entero, volvimos a los navíos quedando amigos con ellos.” Eso sí, en las vísperas del regreso, Vespucio y sus hombres decidieron realizar una incursión contra los llamados caníbales, capturar alrededor de 250 de ellos y luego poner rumbo a España llevándolos como esclavos. No parece que fuera una actitud muy amistosa la de los viajeros europeos. (28)

Cabría preguntarse por qué hay que dar por buenos los testimonios de los conquistadores, qué los vuelve más confiables que las afirmaciones sobre la existencia de las brujas, los ogros, los vampiros y los cinocéfalos. Tengamos en cuenta que esas creencias hoy reputadas como supersticiosas eran contemporáneas al “descubrimiento” de los caníbales americanos. Entre los siglos XV y XVIII en Europa se produjeron ejecuciones de brujas por decenas de miles. De un extremo a otro del continente se había desatado una verdadera histeria contra la brujería, y de esa época data el Malleus Maleficarum, el tratado jurídico-eclesiástico para descubrir, juzgar y condenar a las brujas. (29)

La obra inquisitorial se correspondía con la bula papal Summis desiderantes affectibus, de Inocencio VIII, quien deseaba “que la fe católica crezca y florezca por todas partes especialmente en nuestros tiempos y que toda depravación herética se arroje lejos de las tierras de los fieles”. Apenas llegado al trono pontificio, Inocencio VIII intentó convencer a los monarcas europeos para organizar una cruzada contra los turcos, pero no encontró eco entre ellos. Su fanatismo oscurantista se dirigió entonces contra brujas y hechiceros, y la bula promulgada el 5 de diciembre de 1484 dejó sin efecto el Canon Episcopi del año 906, donde la Iglesia sostenía que creer en brujas era una herejía. El nuevo texto pontificio fue agregado a modo de prólogo en el Malleus Maleficarum, y un fragmento de ese documento resulta ilustrativo sobre el espíritu de la época.

“…Muchas personas de uno y otro sexo, despreocupadas de su salvación y apartadas de la Fe Católica, se abandonaron a demonios, íncubos y súcubos, y con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones y otros execrables embrujos y artificios, enormidades y horrendas ofensas, han matado niños que estaban aún en el útero materno, lo cual también hicieron con las crías de los ganados; que arruinaron los productos de la tierra, las uvas de la vid, los frutos de los árboles; más aun, a hombres Y mujeres, animales de carga, rebaños y animales de otras clases, viñedos, huertos, praderas, campos de pastoreo, trigo, cebada Y todo otro cereal…”

Esa era la convicción del padre de la iglesia católica, aunque no iba mejor la cosa por el lado de los protestantes. Como dijera Silvia Federici, la acusación de adorar al Demonio como un arma para atacar a enemigos políticos y vilipendiar a poblaciones enteras ya era una práctica común entre los europeos que se lanzaron a conquistar el mundo. Esa era la estructura de pensamiento que prevalecía entre los descubridores de caníbales en suelo americano. Aquí también hubo tribunales inquisitoriales buscando brujas y adoradores del demonio, torturando salvajemente a los sospechosos hasta obtener confesiones a la medida de la acusación. Esos mismos jueces eran los que dictaminaban si un indígena era caníbal o no, si debía ser quemado en la hoguera, esclavizado o sometido a servidumbre. Los especialistas que se apoyan en esos testimonios históricos tal vez debieran reflexionar sobre su validez, y someter esos argumentos a crítica.

Como ya hemos dicho en otra parte de este trabajo, el diario del primer viaje de Cristóbal Colón se perdió –quizá fue robado, quizá fue destruido; el saqueo y la destrucción son consustanciales a los invasores coloniales-, pero antes Fray Bartolomé de las Casas tuvo la posibilidad de hacer una copia del mismo. Eso es lo que ha llegado hasta nuestros días con el nombre de “El diario de a bordo de Cristóbal Colón sobre el descubrimiento de América”. En algunas partes es una copia literal, en otros tramos es un comentario del texto original. Precisamente al glosar la anotación del 23 de noviembre, cuando Colón interpreta que los taínos le hablan de caníbales que devoran a sus prisioneros, dice el sacerdote: “Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante al principio…” Luego los indígenas tendrían buenos motivos para pensar que los caníbales no eran los habitantes de las islas vecinas, sino los viajeros recién llegados en las carabelas.

La primera tierra a la que arribaron los españoles fue “la grande y felicísima isla Española”. Al caracterizar a los habitantes originarios dirá el padre Las Casas que se trataba de gente “sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios”. (…) “no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas”. Pero los españoles que llegaron “como lobos e tigres y leones cruelísimos” no hicieron otra cosa que “despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad”. Fue exterminada la población de la Española, de Cuba, de Sant Juan, de Jamaica, de todas las islas vecinas; “en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales Della”. De las islas pasaron a la gran tierra firme donde “somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy desiertas”. Las matanzas de todos quienes oponían resistencia, y el sometimiento a la esclavitud de los que sobrevivían “ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días”. (30)

Así describía Fray Bartolomé de las Casas el exterminio de la población del Nuevo Mundo, una historia mucho más coherente y creíble que la leyenda de los caníbales empeñados en una guerra sin fin con sus vecinos. Las crueldades atribuidas a los habitantes de América, sus costumbres sanguinarias, las matanzas realizadas por el puro placer de matar, complementadas luego con voraces festines donde la comida principal era el cuerpo del enemigo sacrificado, no parecen verosímiles. Pero si imagináramos que algunas de esas historias son ciertas, las mismas palidecen ante los hechos aberrantes perpetrados por los invasores coloniales. Seguramente los antropólogos e historiadores que sostienen la existencia de los antropófagos americanos tendrán buenos motivos en los que apoyar su creencia. Pero si sus fuentes son únicamente los relatos de los conquistadores, tendrían que plantearse que grado de credibilidad puede darse a un genocida que acuse de criminales a sus víctimas.

Es casi un ejercicio de sentido común preguntarse cómo podían existir tantos caníbales en todo el continente y no haberse exterminado recíprocamente. Porque si bien los conquistadores hablan de indios buenos que servían de involuntario alimento de los indios malos, también fabulan con imaginarios combates entre tribus caníbales, casi como si se tratara de justas deportivas. En algunos casos muy calificados antropólogos discurren sobre la falta de grandes animales en Centroamérica y, como consecuencia de ello, la necesidad que tenían los indígenas de recurrir a la antropofagia alimentaria. Hasta hacen cálculos sobre la cantidad de proteínas que conseguían por este medio, curiosa opción de comerse a un vecino para conseguir una dieta equilibrada. Con esa línea de razonamiento la solución del problema habría sido la llegada de los colonizadores, quienes se dedicaron a la metódica matanza de los habitantes originarios consiguiendo el necesario equilibrio ecológico.

En principio pareciera que los especialistas no se interrogarían sobre la verosimilitud del relato colonial, sino que darían por cierta la endemia canibalesca que se habría extendido de un extremo a otro del Nuevo Mundo. Si nuestra apreciación es correcta, para los científicos sociales la práctica antropófaga abarcaba tanto a los pueblos de menor desarrollo o a las civilizaciones más altas de América: caribes o guaraníes, aztecas o incas, todos habrían otorgado una gran importancia a ingerir carne humana. Aceptada esa lógica, viene a continuación la clasificación de los distintos tipos de canibalismo: las prácticas antropofágicas del Nuevo Mundo habrían oscilado entre el endocanibalismo (en el interior del grupo, en la misma tribu o familia) y el exocanibalismo (fuera de la comunidad); y para eso estaba la guerra, la captura de enemigos, los sacrificios.

Nuestro escepticismo respecto al generalizado canibalismo de los habitantes del continente, se funda en que esa práctica les fue adjudicada por los caníbales llegados desde Europa. A estos últimos les fue funcional la leyenda, les brindó un argumento inmejorable para justificar su incursión civilizadora. Pero entre los recién llegados no fueron pocas las voces que se alzaron para denunciar las atrocidades de los invasores, aunque recurramos fundamentalmente a la de Fray Bartolomé de las Casas. Sus denuncias llegaron hasta el corazón del imperio; al igual que en este lado del Atlántico, también allí eran mayoritarias las posiciones expoliadoras, chocaron ambas tendencias, y otro dominico, Juan Ginés de Sepúlveda, resumió el pensamiento colonialista en su Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios.

El libro fue escrito con la pretensión de demostrar la justicia de la guerra con que la corona española había sometido a los pobladores de las “tierras occidentales y australes”. La exposición fue desarrollada en forma de diálogo “siguiendo el método socrático que en muchos lugares imitaron San Jerónimo y San Agustín”. Dos personajes, Demócrates y Leopoldo, eran los encargados de presentar los argumentos sobre lo que definían como las justas causas de la guerra y el recto modo de hacerla. Nos detendremos con cierta extensión en ese texto, porque aunque su difusión parece haber sido más bien subterránea, su fondo teórico impregnó todo el pensamiento colonialista de la época.

“… Es justo y natural que los hombres prudentes, probos y humanos dominen sobre los que no lo son (…) Y siendo esto así, puedes comprender ¡oh Leopoldo! si es que conoces las costumbres y naturaleza de una y otra gente, que con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo é islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores á los españoles como los niños a los adultos y las mujeres á los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gentes fieras y crueles á gentes clementísimas, de los prodigiosamente intemperantes á los continentes y templados, y estoy por decir que de monos á hombres”.

”… Compara ahora estas dotes de prudencia, ingenio, magnanimidad, templanza, humanidad y religión, con las que tienen esos hombrecillos en los cuales apenas encontrarás vestigios de humanidad (…) Pues si tratamos de las virtudes, qué templanza ni qué mansedumbre vas á esperar de hombres que están entregados á todo género de intemperancia y de liviandades, y comían carne humana.” (31)

Este argumento, el presunto canibalismo de los pueblos americanos, es central en la prédica de Ginés de Sepúlveda para justificar no sólo la esclavización sino también el exterminio de los aborígenes a los que calificaba de bárbaros, incultos e inhumanos. Tal vez los habría combatido con igual rudeza por “su impía religión”, ya que los acusaba de ser adoradores del demonio y tributarle corazones humanos. Pero una y otra vez repite que “ellos mismos se alimentaban con las carnes de los hombres sacrificados”, y que esas maldades excedían de tal modo toda la perversidad humana, que los cristianos las contaban entre los más feroces y abominables crímenes. Ambas acusaciones, la de adorar al demonio y el canibalismo, eran el fundamento para perseguirlos, esclavizarlos y exterminarlos; y así lo afirmaba:

“Podemos creer, pues, que Dios ha dado grandes y clarísimos indicios respecto del exterminio de estos bárbaros. Y no faltan doctísimos teólogos que fundándose en que aquella sentencia dada ya contra los judíos prevaricadores, ya contra los Cannaneos y Amorreos y demás gentiles adoradores de los ídolos, es no sólo ley divina, sino natural…” (32)

Según el teólogo cordobés, no sólo era lícito someterlos a la dominación para llevarlos a “la salud espiritual” y a “la verdadera religión” por medio de la predicación evangélica, sino que se los podía castigar “con guerra todavía más severa”.

“... No es, pues, la sola infidelidad la causa de guerra justísima contra los bárbaros, sino sus nefandas liviandades, sus prodigiosos sacrificios de víctimas humanas, las extremas injurias que hacían a muchos inocentes, los horribles banquetes de cuerpos humanos, el culto impío de los ídolos. (…)Por muchas causas, pues, y muy graves, están obligados estos bárbaros á recibir el imperio de los españoles conforme á la ley de naturaleza, y á ellos he de serles todavía más provechoso que á los españoles, porque la virtud, la humanidad y la verdadera religión son más preciosas que el oro y que la plata. Y si rehusan nuestro imperio, podrían ser compelidos con las armas á aceptarle, y será esta guerra, como antes hemos declarado con autoridad de grandes filósofos y teólogos, justa por ley de naturaleza…” (33)

Por supuesto, esta no era la opinión de Fray Bartolomé de las Casas quien polemizó duramente con Ginés de Sepúlveda. No consideraba que los españoles hiciesen una justa guerra contra los aborígenes, sostenía que fueron todas “diabólicas e injustísimas”, peores que las de cualquier tirano del mundo. Y agregaba que la verdaderamente justa era la guerra sostenida por los indios contra los colonialistas españoles. Esta vehemente defensa de los pobladores originarios del continente americano estaría mostrando que los casos de antropofagia que se les atribuían (y que eran básicos para justificar su exterminio), de haber existido fueron muy acotados. Si tanto antropólogo e historiador que repite acríticamente el argumento se tomara el trabajo de chequear la fuente en que se apoya, tal vez la leyenda se desplomaría igual que las de brujas y cinocéfalos.

(Continuará)


Notas

(27) William Arens, The Man-Eating Myth. Anthropology & Anthropophagy, New York, Oxford University Press, 1980, pp. 21-22. Citado por Chicangana-Bayona, Yobenj Aucardo; “El nacimiento del Caníbal: un debate conceptual”, Op. cit.

(28) “Llegamos al puerto de Cádiz a 15 días de octubre de 1498, donde fuimos bien recibidos y vendimos nuestros esclavos.”

Vespucio, Américo; “Carta del 18 de Julio de 1500, dirigida desde Sevilla a Lorenzo di Pierfrancesco de Medici, en Florencia”, El Nuevo Mundo. Cartas relativas a sus viajes y descubrimientos, Estudio preliminar de Roberto Levillier, Editorial Nova, Buenos Aires, 1951, p.

(29) El Malleus Maleficarum (Martillo de las Brujas) puede ser considerado como un verdadero manual dedicado a la persecución de la brujería; con él se trataba de aportar argumentos teológicos y prácticos para demostrar que los poderes de las brujas eran mayores de lo que se creía. Fue escrito en Alemania entre 1486 y 1487 y tradicionalmente se ha atribuido la autoría a los frailes dominicos e inquisidores Jacob Sprenger y Heinrich Kramer. La obra está dividida en tres partes, y la tercera de ellas era una guía, pensada especialmente para los tribunales laicos, de cómo realizar un proceso judicial contra las brujas.

Así, los más delirantes relatos, conseguidos bajo tortura de los pobres infelices que habían tenido la desgracia de ser acusados, son asumidos como prueba irrefutable de sus tesis principales: a) nadie debe atreverse a negar la existencia y los poderes de las brujas, pues hacerlo es herejía; b) gracias a esos poderes ellas cometen la mayoría y los más graves crímenes y perjuicios contra la humanidad; c) por lo tanto deben ser dura e incansablemente perseguidas, por las autoridades civiles y eclesiásticas”. Cotejado el 31.7.2014 en:

https://sites.google.com/site/magisterhumanitatis/escritores-latinos/malleus-maleficarum

(30) Las casas, Fray Bartolomé; Brevísima relación..., Op. cit., pp. 37-40.

(31) Ginés de Sepúlveda, Juan. Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, con una Advertencia de Marcelino Menéndez y Pelayo y un Estudio por Manuel García Pelayo, 3ª reimpresión, México, FCE, 1996, pp. 97-105.

(32)Ginés de Sepúlveda, Juan. Tratado sobre las justas causas de la guerra…, Op. cit., p. 115.

(33)Ginés de Sepúlveda, Juan. Tratado sobre las justas causas de la guerra…, Op. cit., pp. 133-135.

 

martes, 18 de agosto de 2020

Los caníbales (3)

 

La construcción del caníbal americano

 

“… Creo que nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones, (…) lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres. Como no tenemos otro punto de mira para distinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea de las opiniones y usos de país en que vivimos, a nuestro dictamen en él tienen su asiento la perfecta religión, el gobierno más cumplido, el más irreprochable uso de todas las cosas.”

Montaigne; “De los caníbales”

En un momento tan temprano como el sábado 13 de octubre, día siguiente de la llegada a América, escribió Cristóbal Colón: “Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho”. Las referencias al metal precioso se vuelven obsesivas en los días siguientes; entiende -en realidad quiere entender- que los indígenas que ha tomado prisioneros le informan de nuevos lugares donde sus habitantes llevan gruesas ajorcas de oro en piernas y brazos. Después le parece que le hablan de una mina de oro en la isla que ha bautizado La Fernandina. Más tarde es en La Isabela donde residiría el rey fabulosamente rico, y así va pasando de una isla a otra impulsado por la codicia que le hace imaginar perlas, piedras preciosas y minas de oro. Un mes después de haber arribado su obsesión no ha decaído en absoluto, porque partió nuevamente “para ir a una isla (…) que se llamaba Babeque, adonde, según dicen por señas, que la gente de ella coge el oro con candelas de noche en la playa, y después con martillo dice que hacían vergas de ello”. Todo lo que no entendía de las palabras y los gestos de los indígenas fue suplido por sus deseos e imaginación. “Hay en estas islas lugares adonde cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos y a las piernas, y son manillas muy gruesas, y también hay piedras y hay perlas preciosas e infinitas especierías”.

Del mismo modo que imaginó tan descomunales riquezas, fue convenciéndose de la existencia de los fantásticos caníbales. Inicialmente éstos fueron situados en las islas caribeñas, sembrando el terror entre los arauacos, a los que capturaban para sacrificarlos y devorarlos. Los antropófagos no eran una preocupación para el almirante, quien tenía objetivos materiales más concretos. En el orden de las fabulosas imaginerías colombinas se situó primera la portentosa riqueza aurífera del Nuevo Mundo, de hecho comenzó a soñar con ese tesoro al día siguiente de haber llegado. Sin embargo el oro recolectado entre los pobladores de las islas no era tan abundante, había que buscar otras fuentes de resarcimiento por los gastos de la empresa, y la esclavización de los indios pareció un negocio prometedor. Según cuenta Washinton Irving en Vida y viajes de Cristóbal Colón, fue el navegante genovés quien inició el primer tráfico de esclavos americanos hacia España. “Tan sólo en uno de sus viajes de regreso, el almirante envió a la península un grupo de 500 prisioneros, a cargo de su hermano Diego, para ser vendidos como esclavos en el mercado de Sevilla”. (16)

Pero en los nuevos territorios hacía falta mano de obra para llevar adelante las tareas que los recién llegados no querían o no podían realizar. Los mansos taínos fueron los primeros en ser obligados a servir a los españoles, hasta que las brutales condiciones de explotación los diezmaron (17). Había que sustituirlos, y qué mejor que esclavizar a esos crueles caníbales como castigo a sus bestialidades y para redimirlos, si sobrevivían, por medio del trabajo y la religión. El caníbal surgió como un producto auténticamente americano, como consecuencia de equívocos y malos entendidos por parte de los conquistadores, y también de las supersticiones y los temores ancestrales que éstos traían consigo. Después pasó a tener una utilidad económica, cuando se empezó argumentar con su presunta existencia para esclavizar a los aborígenes americanos.

Demonizar al otro siempre ha sido un recurso exitoso a la hora de fabricar un enemigo (18). Aquí el argumento debía ser muy fuerte, el propio inventor de la leyenda debía estar convencido de la verosimilitud de su fábula. Se echó mano a lo más terrorífico de los mitos y supersticiones que los perseguían desde siempre, a los bárbaros, a los devoradores de seres humanos, a los sacrificadores de niños en ceremonias diabólicas. Ya habían hecho lo mismo con ogros, brujas y hechiceros, con judíos y musulmanes, ¿por qué habría de ser distinto con el nuevo enemigo a construir? Se inventó un semihumano bestial a la medida de las necesidades coloniales. En ese momento los invasores fueron como dioses, porque crearon al caníbal a su imagen y semejanza; luego le dijeron “creced y multiplicaos”, y la multiplicación se realizó por todo el continente.

Curiosamente los sanguinarios caribes que venían persiguiendo a los buenos taínos no habían podido exterminarlos, pero los civilizados conquistadores lo consiguieron en un tiempo asombrosamente corto (19). Si es por los resultados, tenían razón los taínos cuando suponían –según interpretaba Bartolomé de Las Casas al compendiar el diario colombino- que los españoles se comían a sus prisioneros.

Creado el monstruo, su captura se volvió legítima. Si se conseguía apresarlo no se lo eliminaba, a diferencia de lo que se hacía en Europa en situaciones semejantes, sino que se lo esclavizaba. La caza de caníbales se extendió a las islas vecinas, más al sur cada vez, porque el límite se fue ampliando en la misma medida en que se extendía la búsqueda de oro y perlas (20). De las islas se pasó a tierra firme, a lo que hoy son Colombia y Venezuela, y allí, como en un relato bíblico, se multiplicaron los caníbales en forma vertiginosa. No eran indios buenos que aceptaran con resignada mansedumbre el destino que los conquistadores les tenían reservado, sino que resistían con las armas en la mano el embate civilizador, lo cual hizo decir a Martí:

“Con Guaicaipuro, con Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron, ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron”. (21)

Podría decirse que, desde la perspectiva colonialista, lo que distinguía a los caníbales era la rebeldía frente al invasor; los que ofrecieron resistencia pasaron a engrosar la lista de los pueblos bárbaros, salvajes, antropófagos. Esto no aseguró un mejor destino para los que dócilmente se sometieron: “los indios arauacos, los ciguayos, los siboneyes, los guanatahibes y tantos otros de los que habitaban las grandes Antillas fueron exterminados”. Así nos lo relata Juan Bosch.

“… Esos pueblos lucharon, unos hasta la extinción, y otros, como los caribes de las islas de Barlovento, durante tres siglos; es decir, que combatieron mucho tiempo después de conocer en carne propia el poderío occidental, cuando ya tenían experiencias, y muy costosas, de lo que eran las lanzas, las espadas, los falconetes, los arcabuces, los perros, los caballos europeos, pero siguieron luchando. Los indios del Caribe combatían hasta la muerte porque no podían concebir la vida fuera de su contexto social”. (22)

No entregarse, ofrecer resistencia, ser rebeldes, eran las señas de identidad de quienes serían estigmatizados como caníbales por los europeos. El delito que se les imputaba era no aceptar ser despojados de sus tierras, sus costumbres, su historia. Presuntamente los indígenas eran reunidos por el invasor para leerles la intimación de la Corona Española, en la que se les reclamaba obediencia y conversión al cristianismo. Si los pobladores no aceptaban las imposiciones de los recién llegados, éstos se consideraban autorizados a someterlos por la fuerza bajo el régimen de la "guerra justa". El documento con el que se pretendía legitimar el despojo decía:


El Pontífice romano “hizo donación de estas islas y tierra firme del mar Océano a los católicos Reyes de España, que entonces eran Don Fernando y Doña Isabel, de gloriosa memoria, y sus sucesores en estos reinos, nuestros señores, con todo lo que en ellos hay (…) Así que su majestad es rey y señor de estas islas y tierra firme por virtud de la dicha donación…” (23)


La supuesta o real desobediencia de los invadidos fue la excusa para dictar la Real Cédula de 1503 autorizando a los conquistadores españoles a esclavizar a los indios caribes por su canibalismo y por no haber aceptado los requerimientos de sumisión. “En 1510 un Auto, dictado por el licenciado Figueroa, juez de vara y justicia mayor de La Española, declara a la provincia de Uriapari (Guayana) región de Caribes y autoriza a los conquistadores a cazarlos y venderlos como esclavos” (24). Ya no eran solamente las islas antillanas, los indígenas imputables de canibalismo parecían extenderse por todas partes, eran una inagotable reserva de mano de obra esclava.

Cuando se saltó a Centroamérica era necesario ubicar otros caníbales para esclavizar. Se estaba predispuesto a encontrarlos en cualquier lugar, y Bernal Díaz del Castillo habló de su descubrimiento en su Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España. NO fue el único, todos los conquistadores mostraron igual disposición para ver en los naturales de América a salvajes dedicados a los sacrificios humanos, a la predilección por arrancar el corazón de los niños y a celebrar diabólicos festines antropofágicos. Diego Muñoz Camargo, en su libro historia de Tlaxcala, puso singular esmero en mostrar la diabólica costumbre.

“La idolatría universal y comer carne humana ha muy pocos tiempos que comenzó en esta tierra”, primero se levantaron estatuas en honor de los jefes, “después los adoraban por dioses, y así fue tomando fuerza el demonio para más de veras arraigarse entre gentes tan simples y de poco talento; y después las pasiones que entre los unos y los otros hubo, comenzaron a comerse sus propias carnes por vengarse de sus enemigos, y así rabiosamente entraron poco a poco, hasta que se convirtió en costumbre comerse unos a otros como demonios; y así había carnicerías públicas de carne humana, como si fueran de vaca y carnero como el día de hoy las hay”. (25)

No hay motivo para suponer que Muñoz Camargo estaba mintiendo en forma premeditada, siendo comprensivos podemos imaginar que repetía las historias escuchadas desde niño. Su padre había servido a las órdenes de Hernán Cortés, lo que él le contaría sería muy parecido a lo que dirá en su libro. Los sacerdotes que lo educaron tal vez le dijeron que entre los antepasados de su madre india se cruzaban mayas, cocomes, totonacas, tlaxcaltecas, huastecas, cholultecas y mexicas, pueblos todos a los que se adjudicaba practicar el canibalismo. La Nueva España, al igual que las islas caribeñas también estaba plagada de indóciles indios antropófagos. Fue necesario doblegarlos en forma inmisericorde, para luego someterlos a la esclavitud. “Cortés, en carta al Rey, el 15 de octubre de 1524, le explica que con cédula de rescate conferida a los vecinos de México, en las guerras habría tal cantidad de esclavos que, de contar con los hierros suficientes para marcarlos, generaría más oro que todas las islas juntas”. (26)

Tan descarnada sinceridad es útil para intuir cuánto podía haber de cierto en la adjudicación de antropofagia a los indígenas americanos. En la apreciación colombina podía pesar todos sus prejuicios, supersticiones y aceptación acrítica de los relatos fantásticos, pero en el juicio de Cortés el acento está puesto en el más crudo interés económico. A partir de lo que venimos exponiendo puede suponerse que sostenemos la inexistencia de antropófagos en América. Si es así, conviene que nos detengamos un poco, porque si bien tenemos serias dudas sobre el generalizado canibalismo que la crónica colonial atribuyó a los indígenas americanos, sería muy imprudente de nuestra parte sostener que comer carne humana era una exclusividad de los cruzados europeos.

(Continuará)


Notas

(16) Irving, Washinton; Vida y viajes de Cristóbal Colón, España, Ed. Novaro, s/a, p.220. Citado por Avilés Vidal, Enrique Francisco en “Desarrollo de la conquista y esclavitud indígena en América”, capítulo II de su libro ESTUDIO DE LA INCIDENCIA ECONÓMICA DE LA ESCLAVITUD NEGRA EN CHILE SIGLOS XVI, XVII Y XVIII. Cotejado en la versión digital el 31.7.2014:

http://www.eumed.net/libros/2010a/636/Desarrollo%20de%20la%20conquista%20y%20esclavitud%20indigena%20en%20America.htm

(17) “En 1492, a la llegada de los españoles a la Española, esa isla estaba habitada por unos 100.000 indios, los Taínos. En 1508 eran 60.000, y en 1514 quedaban sólo 30.000. Por último, alrededor del año 1570 apenas llegaban a 500 los habitantes autóctonos de la isla”. Mellafe Rolando, Introducción de la esclavitud negra en Chile, Chile, Ed. Universitaria, 1984, p. 11. Citado por Avilés Vidal, Enrique Francisco en “Desarrollo de la conquista…”, Op. cit.

(18) Para ejemplificar sobre lo que hemos dicho vamos a dar un salto de cinco siglos, permítasenos esta licencia. Dos emblemáticos edificios situados en el corazón del mundo financiero sufren un espectacular ataque por un par de aeronaves. Aunque el informe técnico de un grupo de calificados arquitectos e ingenieros civiles afirma que ni el impacto ni el posterior incendio pudieron provocar la caída de las imponentes construcciones, misteriosamente, ambas torres se derrumban. Los escombros son removidos de inmediato, se demuele lo que aún queda en pie de la edificación, los restos de los aparatos atacantes son desguazados y vendidos como chatarra. El terreno queda limpio de toda huella del atentado… y de todas las pruebas. Después se puede construir un enemigo a la medida de las necesidades. El inculpado es un feroz dictador que en un tiempo no muy lejano supo ser un incondicional amigo de quienes lo acusan. Y no sólo ha provocado ese atentado, sino que dispone de armas de destrucción masiva con los que podría sembrar más muerte y destrucción. Con esos argumentos repetidos hasta el hartazgo se intoxica a todo el mundo. Ya es posible castigar al culpable, invadir su país, descuartizar la sociedad, su cultura, su territorio; devorar su población, sus riquezas, sus recursos naturales.

(19) En su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, Fray Bartolomé de las Casas hace un estremecedor relato sobre las atrocidades cometidas por los recién llegados a la Española. “…Los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.” Si era cierto que los taínos habían manifestado sentir algún temor por los caribes, rápidamente comprendieron que los españoles eran mucho más crueles que aquellos. “Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco.” Las casas, Fray Bartolomé; Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Editorial Sarpe, Madrid, 1985, pp. 41-43.

(20) En 1502 Alonso de Ojeda “recorre la costa de Paria hasta el Cabo de La Vela y “rescata” oro, perlas e indios. Con estas expediciones de Ojeda, comienza en Venezuela el comercio y la esclavitud de indígenas. Algunos son llevados hasta España como botín y otros como mano de obra a las Antillas Mayores”. Léger Mariño, Héctor; "Historia de Venezuela. El contacto con los europeos, conquista y colonización", monografía, marzo de 2006, p.7. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://www.monografias.com/trabajos33/historia-venezuela/historia-venezuela.shtml

(21) Citado por Fernández Retamar, “Caliban”, Op. cit., p. 41, quien aclara que Guaicaipuro y Paramaconi fueron héroes de las tierras venezolanas, probablemente de origen caribe; mientras que los arahuacos Anacaona y Hatuey lo fueron de las Antillas.

(22) Bosch, Juan; De Cristóbal Colón a Fidel Castro (I), Capítulo II: “El escenario de la Frontera”, versión digital. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://www.manuelugarte.org/modulos/biblioteca/b/bosch_colon_castro/colon_castro.htm#seis

(23) Texto leído por los conquistadores españoles en América a los Pueblos Originarios. El texto les era leído en castellano. Si los Pueblos Originarios no aceptaban su sumisión a la Corona de España y su conversión al Cristianismo, el conquistador quedaba autorizado a someterlos por la fuerza, bajo el régimen de la "guerra justa". El documento ha sido tomado de Lewis Hanke, La lucha por la justicia en la conquista de América, pp. 53 – 55. Cotejado el 31.7.2014 en:

http://es.wikisource.org/w/index.php?title=Requerimiento_del_Imperio_Español_a_los_Pueblos_Originarios_de_América&oldid=520219

(24)Léger Mariño, Héctor; "Historia de Venezuela…”, Op. cit., p. 14.

(25) Muñoz Camargo, Diego; La historia de Tlaxcala, publicada y anotada por Alfredo Chavero, Edición realizada para ser presentada como homenaje a Cristóbal Colón en la Exposición de Chicago, Oficina TIP de la Secretaría de Fomento, México, 1892. p. 141.

(26) Zavala Silvio, Los esclavos indios en Nueva España, México, El Colegio Nacional, 1991, p.7. Citado por Avilés Vidal, Enrique Francisco en “Desarrollo de la conquista…”, Op. Cit.